¿Sabíais que la mayoría de las mujeres norteamericanas viven solas o "arrejuntás"? La verdad es que yo tampoco; hasta que lo leí el otro día, en el New York Times: "El 51% de las mujeres viven sin marido".
Así, de primeras, parece una estadística bastante inquietante. Si la sociedad ha de florecer y perpetuarse, necesita mantener el matrimonio como ideal social; tiene que formar a los niños y a las niñas en una cultura de vida que, con el paso del tiempo, les anime a casarse con alguien del sexo contrario, a fundar con ese alguien un hogar estable y cordial y a tener con ese alguien hijos que, con el paso del tiempo, contraigan a su vez matrimonio. La noticia de que la mayoría de las norteamericanas viven hoy sin un marido al lado nos mueve a pensar que dicho "ideal" está empezando a ser cosa de minorías.
"Las mujeres se casan más tarde, o viven más frecuentemente en pareja pero sin contraer matrimonio y durante períodos más largos de tiempo", escribe la periodista Sam Roberts. "Por otra parte, las mujeres viven más tiempo en situación de viudedad, y, si se divorcian, tienden a retrasar más que los hombres el momento de contraer un nuevo matrimonio, a veces para disfrutar de su recuperada libertad".
Casi todas las mujeres que aparecen en la información de la Roberts mencionan eso del disfrute. "Para mí, las ventajas fueron algo completamente imprevisto –afirma una divorciada de 59 años–: el tiempo libre, el tiempo que paso con mis amistades, el tiempo que paso a solas, que valoro muchísimo; la flexibilidad en términos de trabajo, viajes y actividades culturales". Tantas son las alegrías del no matrimonio, dice otra mujer, exultante, que "cada día es como un regalo".
Roberts cita en su trabajo a William Frey, de la Brookings Institution, para quien esta aparentemente feliz mayoría desmaridada representa "un claro punto de inflexión, la apoteosis de las tendencias post 1960 que abogaban por una mujer más independiente y con un estilo de vida más flexible".
Bueno, puede que sea así. O puede que no. Porque si tratas de cuadrar los números, resulta que los llamativos resultados de la Roberts dependen, para sostenerse, de la manipulación de determinadas definiciones.
Para empezar, mujer no es el término que emplea el común de los mortales para hacer referencia a una jovencita que se encuentra en plena adolescencia. No obstante, el NYT llega a incluir en su trabajo de investigación a chicas de sólo 15 años. Evidentemente, es dificilillo que una niña que no tiene edad ni para sacarse el carné de conducir tenga, sin embargo, un señor esposo. Según la "2005 American Community Survey" de la Oficina del Censo, el 97% de las mujeres de entre 15 y 19 años no se ha casado jamás. Colocar a casi 10 millones de adolescentes entre las "mujeres norteamericanas" en edad de merecer puede ser una buena manera de inflar el número de no casadas, pero, ciertamente, no da lustre a la investigación. Es más: los datos del Censo nos dicen que incluso contando a las mujeres de entre 15 y 19 años son mayoría –un 51%– las "ya casadas". Así que, ¿cómo ha llegado el NYT a la conclusión opuesta? Pues quitando de las enmaridadas al "relativamente pequeño número" –en realidad, más de dos millones– de mujeres que tienen a su señor esposo "trabajando fuera de la ciudad, en el Ejército o internado en alguna institución". Total, que el llamativo titular de la primera página del NYT es cierto sólo si metemos en el saco de las desmaridadas a las mujeres de los soldados que están combatiendo fuera de sus fronteras.
Desde luego, el matrimonio no tiene en Estados Unidos la fuerza que tenía hace 50 años. Pero todavía es pronto para incluirlo entre las especies en peligro de extinción. De acuerdo con la Oficina del Censo, para cuando tienen entre 30 y 34 años la gran mayoría de los norteamericanos (el 72%) están o han estado casados. Entre los que tienen 65 o más años, al menos el 96% está o ha estado casado. Sí, la tasa de divorcios es elevada (17,7 por cada 1.000 matrimonios), y muchas parejas conviven sin estar casadas, pero el matrimonio sigue siendo una institución fundamental en la vida norteamericana.
Los defensores del matrimonio suelen quejarse de que todo va a peor, dice David Blankenhorn en su más reciente libro, The Future of Marriage (El futuro del matrimonio), pero ya va siendo hora de reconocer que algunas cosas van a mejor; por poner un par de ejemplos: las tasas de divorcio están experimentando una –modesta, eso sí– caída, así como las de embarazos entre las adolescentes –éstas, además, están cayendo en picado–. Pongamos otros dos: tras un largo bache, los niveles de satisfacción conyugal están creciendo, y una gran mayoría de los niños norteamericanos (el 67%) están siendo criados por padres casados. Además, los jóvenes que esperan contraer matrimonio superan en mucho a los que no. El 70% de los chicos y el 82% de las chicas de 12º grado (17-18 años) consideran "extremadamente importante" llegar a tener un buen matrimonio y una buena vida familiar, según la encuesta anual "Monitoring the Future", de la Universidad de Michigan. Aún mayores son los porcentajes de quienes afirman que desean casarse.
Los años 60, la revolución sexual, el divorcio por mutuo acuerdo, el aumento del número de madres solteras...: no hay duda de que el matrimonio ha estado en aprietos. Los norteamericanos tienen buenos motivos para estar, como dice Blankenhorn, "en mitad de lo que podría denominarse un momento-matrimonio: un momento de preocupación nacional, quizá sin precedentes, por el presente y el futuro del matrimonio". Pero, a pesar de todos los golpes que ha recibido nuestra más importante institución social, sigue siendo un ideal: los chicos y las chicas aún aspiran a ser de mayores maridos y mujeres.
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