(Luis Buero) Sigmund Freud entendía los celos bien como proyección, bien como homosexualidad inconsciente, en una gramática de la vida amorosa que se deriva del complejo de Edipo. Esto surge de dos ideas que él manejaba:
-la fascinación por el semejante, el rival me plantea en algún punto el encuentro conmigo mismo. Identificación narcisista con el objeto letal.
-en la situación de celos la persona más amada deviene en objeto persecutorio, en perseguidor.
Según esta hipótesis, los celos masculinos se explican por la divergencia situada ahora en el goce de la mujer. Se trata del "otro goce" del que ella no sabe nada y que excede el inconsciente. Es el desencuentro sin remedio con el hombre, que no quiere saber nada por el horror a la castración.
Los celos femeninos en la mujer también provienen de su elaboración del complejo de Edipo, para Freud, porque la verdadera mujer es la que ha abandonado a la madre como objeto para orientarse hacia el padre.
Para el pensador y psiquiatra Jacques Lacan, hay una lógica que distribuye las posiciones sexuadas: será hombre a condición de tener el falo y no ser el falo, y una mujer será el falo, a condición de no tenerlo. Obtiene el signo de que lo es a condición de hacerse desear por el hombre.
Ella al convertirse en el falo se convierte en el objeto de deseo, de poder, el objeto que organiza el lenguaje, la vida toda. Si el deseo del hombre no le rinde homenaje, si lo que el hombre le devuelve es que ni lo tiene ni lo es, ella se deslizará por una grieta abierta.
Un esfuerzo de simetría podría hacer suponer que la degradación de la vida erótica determina los celos en la mujer. Por el contrario, ellos derivan tanto para el hombre como para la mujer, de la propia sexualidad femenina. Lo que alimenta el síntoma es la dimensión de cómo reconocer eso que habita en el Otro.
Los celos tienen que ver con la posesividad, con aquello que se siente como personal y privativo, del mismo modo que una persona se relaciona con sus tierras, sus propiedades o su ganado. Pero nadie puede sentirse celoso de su propiedad aunque pueda aplicar en su custodia un celo especial.
Se sienten celos de las personas, concretamente de aquellas personas que se percibe que nos pertenecen y que pueden escapar de nuestra influencia y de nuestro lado para irse con un mejor postor. Sobre todo se sienten celos de las parejas, unos celos que incluyen lo sexual si se dan entre parejas sexuales y también una forma de celos que tiene que ver con la obligación de compartir con otros los cuidados de una persona muy especial o significativa (celos fraternales).
Freud llamaba a los primeros celos sexuales y a los segundos celos infantiles dado que es posible observarlos entre hermanos compitiendo entre sí por los cuidados de la madre, aunque a esta conducta entre hermanos se les denomina frecuentemente celos, hoy se interpreta como rivalidad agonística, dejando el sustantivo celos para uso exclusivo de los celos sexuales.
La naturaleza psicopatológica de los celos, desde el punto de vista afectivo procede del temor: el temor de perder algo que nos pertenece, mientras que desde el punto de vista cognitivo es más bien una obligada tarea: el afán o inversión de tiempo o recursos que dedicamos para que esto no suceda.
De entrada existe una diferencia entre los celos femeninos y masculinos, el temor del hombre es un temor "hacia los cuernos" o hacia la infidelidad de su pareja, mientras que el temor de la mujer es el temor a ser abandonada.
La infidelidad de la mujer es para el hombre un temor atávico que es anterior a la ganancia de la confianza y que está asentado en la incertidumbre de su transmisión genética, mientras que en la mujer que carece por naturaleza de esa duda, su temor procede más bien de la posibilidad de ser desplazada por otra hembra, no tanto por la infidelidad ocasional del marido (que suele ser algo tolerable) sino por la posibilidad de que su pareja acabe por dejarla abandonada.
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